Adaptarse o morir

El salto que ha dado la tecnología en traducción en los últimos años podría considerarse como el comienzo de un proceso de obsolescencia cada vez mayor para el traductor generalista de carne y hueso. Quizá otro sea el cantar para los traductores especializados y los que puedan programar software, pero puede que eso también tenga sus días contados.

Veamos un ejemplo: cómo traduce el iPhone de Apple. Si escoges el idioma de partida y el de llegada y le dices una frase al celular, instantáneamente aparece en la pantalla la traducción, y con algunos idiomas existe la posibilidad no solo de ver en la pantalla la frase en el idioma de llegada sino también de oírla.

Otro ejemplo que sería gracioso si no fuera tan mal presagio es el de la 53.a Conferencia Anual de la ATA, que tuvo lugar en San Diego, una ciudad donde el español es el idioma que entienden la mayoría de sus residentes o le va pisando los talones al inglés. Ahora bien, el portal web del Ayuntamiento de San Diego no tiene nada en español, sino que tiene un botoncito al pie de la pantalla para traducir cualquier página, cortesía de Google Translate. No sé si la gente de Google se habrá tomado la molestia de hacer un estudio para determinar de qué forma sus tecnologías pueden perjudicar a gremios profesionales enteros en todo el planeta, pero en todo caso hay quien lo considera como si fuera maná del cielo.

Hay que irse adaptando hasta donde uno pueda, so pena de quedarse en el aparato. Cuando yo compré mi primera computadora, ¡un 286!, recuerdo haberle comentado a alguien que con eso me iba a bastar per secula seculorum como traductor profesional. Hace más de diez años también bromeaba diciendo que las compañías de software iban a llegar al punto de alquilar sus programas mediante el pago de una suscripción, y este año Microsoft (entre otras) está promoviendo su servicio Office 365 precisamente por suscripción. Algunas compañías de software ahora solo venden programas por suscripción. Como sucede con muchas cosas, esta manera de distribuir software tiene sus ventajas, como la eliminación de la necesidad de estar pendiente de actualizar la versión que se usa, lo que ya se hace automáticamente en la “nube”. En todo caso, es algo a lo que quizá haya que irse acostumbrando, y esto puede resultar más difícil para algunos traductores de la “vieja escuela”.

En lo personal, siempre tuve mucha resistencia a ese proceso de readaptación permanente a que están sometidos muchísimos profesionales, no para no quedarse atrás sino simplemente para sobrevivir. Lo consideré una especie de deshonor, de traición a la profesión, o algo parecido, pero durante el último año he tenido que aceptar, muy a mi pesar, que las cosas cambian y que me conviene no bajarme de ese burro. Tengo casi diez años de atraso con respecto a ciertos campos tecnológicos. Por ejemplo, estoy más o menos al día con respecto a las memorias de traducción, pero estoy muy desactualizado en cuanto a los programas de «content management» y «single source authoring», que forman parte del conjunto de nuevas tecnologías y enfoques que están contribuyendo a determinar la dirección en que se está moviendo la industria.

Se trata de programas que permiten gestionar todo el proceso colectivo (diversos departamentos y personal de una compañía disperso por todo el mundo) de producción de textos y su adaptación automática a distintas plataformas (impresos, computadoras de escritorio, sitios web, tabletas, PDA, teléfonos inteligentes, etc.), y como tales están comenzando a absorber la traducción, convirtiéndola en un subconjunto suyo.

El área profesional general en la que se inscribe ese naciente campo híbrido con la traducción es el de comunicación técnica. Hay varias universidades que ofrecen programas en eso (Technical Communication), muchos de ellos no presenciales. Todo esto es muy interesante y prometedor.

Los avances tecnológicos que he visto en los últimos dos o tres años son para quedarse boquiabierto. Ya hay impresoras tridimensionales con las que puede imprimirse el objeto que sea, en el material que sea. Dentro de poco van a comenzar a salir al mercado teléfonos «inteligentes» que el usuario puede usar simplemente con movimientos oculares. Y supongo que ya todos deben haber visto lo de los carros que se manejan solos. ¿Qué pasará con todos los choferes de taxi y sus cuentos y ocurrencias? Quizá un nicho seguro para el futuro sea el de cirujano de robots. De repente será como la plomería: nadie lo hace porque da asco, pero los que lo hacen no tienen sustituto y ganan muy buen dinero.

Quizá una manera optimista de ver esta situación sea que la profesión está a las puertas de experimentar una transformación en la que la traducción propiamente dicha pase a ser una tarea secundaria para el traductor, en el marco de una actividad profesional más amplia o de más dimensiones. Otra realidad que no hay que perder de vista es cada vez hay más gente en el planeta y no todo el mundo tiene acceso a esas nuevas tecnologías, y puede que ahí haya espacio y posibilidades suficientes para el traductor de hoy. Ojalá.

Ideas expresadas por correo electrónico por un colega que vive y trabaja en EE. UU.

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