“Traductor” reza el aviso a cuarto de página de una marca de whisky que en su más reciente campaña usa la imagen del actor venezolano Edgar Ramírez, entre otras figuras del espectáculo y los deportes, haciendo hincapié en cómo llegaron donde están ahora. De entrada la leyenda me desconcertó, porque no lo ubicaba a él como colega; e imagino que la pieza publicitaria cumplió su cometido, ya que, de lo más intrigada, seguí leyendo.
“Desde siempre se ha caracterizado por ser un trabajador incansable, siendo la traducción simultánea uno de sus primeros oficios antes de llegar a ser un actor reconocido”, dice el comienzo del texto publicitario. Luego agrega: “Estudiando Comunicación Social descubrió su talento e interés por la actuación”. Para rematar con: “Su constancia y disciplina lo han llevado a protagonizar… Hoy resalta por ser uno de los venezolanos que con éxito ha puesto el nombre de Venezuela en las pantallas del mundo».
Cuando terminé de leer, pasé del asombro a la indignación y de ésta al ¿hasta dónde llega la falta de información sobre la traducción? Pero, mejor vamos por partes…
Por los mismos motivos que yo no soy médico veterinario, aunque haya ayudado a nuestra perra en su parto y ahora atienda a sus cachorros. Ni usted es periodista por reportarnos alguna noticia de su vecindario. Ni nuestro hijo es artista, a pesar de que tengamos colgados varios de sus dibujos en la puerta de la nevera. Ni mi prima Betty es cantante por más que se desgañite hora tras hora. Ni la tía Emiliana es pediatra por muchos dolores de barriga que nos haya curado cuando éramos niños. Este actor no fue ni es ni será traductor.
No traductor profesional, al menos.
Los traductores profesionales estudiamos –mínimo– cinco años en la universidad y, por ejemplo, quienes asistimos a la Escuela de Idiomas Modernos de la UCV, aprendemos dos idiomas extranjeros con el mismo grado de especialización, además de “pulir” la lengua materna. El básico abarca dos años y en ese tiempo vemos dos horas diarias de cada uno de los dos idiomas seleccionados; además de Castellano y Literatura, Lingüística y Lógica.
Durante el diversificado de la carrera, cursamos materias que nos preparan para la difícil tarea de trasladar un texto escrito en otra lengua a un idioma de destino, que por lo general es nuestra lengua materna. Son seis semestres de traducción especializada, en los cuales tratamos temas como economía, informática, medicina y legal. Aprendemos sintaxis, morfología, fonética y fonología de los dos idiomas escogidos. Nos empapamos de la cultura de los países de origen de los idiomas que estudiamos. Vemos materias complementarias, para conocer y comenzar a entender el entramado mundial de relaciones y organismos internacionales.
Esta educación universitaria nos permite traducir profesionalmente y hacer un trabajo que se distingue por su excelente calidad, corrección de las formas y facilidad de comprensión para quienes lo leen. Una traducción hecha por un traductor debidamente preparado se diferencia de la que pudiera realizar una persona que conoce o habla otro u otros idiomas, pero no tiene esa formación académica. Si queda alguna duda al respecto, encomiende un documento o texto a un traductor profesional y a una persona bilingüe para que vea la enorme diferencia que hay entre ambos resultados. De modo que, apegándonos a la realidad y a la verdad, Edgar Ramírez simplemente mató tigres o se rebuscó gracias a los idiomas que conoce.
Para concluir y como información general, no existe tal cosa como la “traducción simultánea”, aunque Google Translate, Babylon y otras aplicaciones de traducción instantánea califiquen de “traducción” esas tortas que ponen. Por una parte, la traducción se refiere a textos escritos y la especialización de nuestra profesión que se dedica a trasladar discursos, conferencias y demás a otro idioma se conoce como “interpretación simultánea” y quienes se dedican a esa titánica labor son llamados “intérpretes”. Porque, en realidad, se trata de una interpretación de lo que dice el orador. Por la otra, para un ser humano es casi imposible traducir simultáneamente; a menos que le hayan implantado un chip y eso lo convierte prácticamente en un robot.
De modo que esa fantasía de “yo traduzco, tú traduces, él traduce, todos traducimos” porque sabemos dos idiomas o más no es cierta, en lo absoluto. Mucho menos, simultáneamente. Por eso, es recomendable que el zapatero se dedique a sus zapatos, el actor a su actuación y el traductor a su traducción.
Anamar González
Traductora independiente “Traductor” reza el aviso a cuarto de página de una marca de whisky que en su más reciente campaña usa la imagen del actor venezolano Edgar Ramírez, entre otras figuras del espectáculo y los deportes, haciendo hincapié en cómo llegaron donde están ahora. De entrada la leyenda me desconcertó, porque no lo ubicaba a él como colega; e imagino que la pieza publicitaria cumplió su cometido, ya que, de lo más intrigada, seguí leyendo.
“Desde siempre se ha caracterizado por ser un trabajador incansable, siendo la traducción simultánea uno de sus primeros oficios antes de llegar a ser un actor reconocido”, dice el comienzo del texto publicitario. Luego agrega: “Estudiando Comunicación Social descubrió su talento e interés por la actuación”. Para rematar con: “Su constancia y disciplina lo han llevado a protagonizar… Hoy resalta por ser uno de los venezolanos que con éxito ha puesto el nombre de Venezuela en las pantallas del mundo».
Cuando terminé de leer, pasé del asombro a la indignación y de ésta al ¿hasta dónde llega la falta de información sobre la traducción? Pero, mejor vamos por partes…
Por los mismos motivos que yo no soy médico veterinario, aunque haya ayudado a nuestra perra en su parto y ahora atienda a sus cachorros. Ni usted es periodista por reportarnos alguna noticia de su vecindario. Ni nuestro hijo es artista, a pesar de que tengamos colgados varios de sus dibujos en la puerta de la nevera. Ni mi prima Betty es cantante por más que se desgañite hora tras hora. Ni la tía Emiliana es pediatra por muchos dolores de barriga que nos haya curado cuando éramos niños. Este actor no fue ni es ni será traductor.
No traductor profesional, al menos.
Los traductores profesionales estudiamos –mínimo– cinco años en la universidad y, por ejemplo, quienes asistimos a la Escuela de Idiomas Modernos de la UCV, aprendemos dos idiomas extranjeros con el mismo grado de especialización, además de “pulir” la lengua materna. El básico abarca dos años y en ese tiempo vemos dos horas diarias de cada uno de los dos idiomas seleccionados; además de Castellano y Literatura, Lingüística y Lógica.
Durante el diversificado de la carrera, cursamos materias que nos preparan para la difícil tarea de trasladar un texto escrito en otra lengua a un idioma de destino, que por lo general es nuestra lengua materna. Son seis semestres de traducción especializada, en los cuales tratamos temas como economía, informática, medicina y legal. Aprendemos sintaxis, morfología, fonética y fonología de los dos idiomas escogidos. Nos empapamos de la cultura de los países de origen de los idiomas que estudiamos. Vemos materias complementarias, para conocer y comenzar a entender el entramado mundial de relaciones y organismos internacionales.
Esta educación universitaria nos permite traducir profesionalmente y hacer un trabajo que se distingue por su excelente calidad, corrección de las formas y facilidad de comprensión para quienes lo leen. Una traducción hecha por un traductor debidamente preparado se diferencia de la que pudiera realizar una persona que conoce o habla otro u otros idiomas, pero no tiene esa formación académica. Si queda alguna duda al respecto, encomiende un documento o texto a un traductor profesional y a una persona bilingüe para que vea la enorme diferencia que hay entre ambos resultados. De modo que, apegándonos a la realidad y a la verdad, Edgar Ramírez simplemente mató tigres o se rebuscó gracias a los idiomas que conoce.
Para concluir y como información general, no existe tal cosa como la “traducción simultánea”, aunque Google Translate, Babylon y otras aplicaciones de traducción instantánea califiquen de “traducción” esas tortas que ponen. Por una parte, la traducción se refiere a textos escritos y la especialización de nuestra profesión que se dedica a trasladar discursos, conferencias y demás a otro idioma se conoce como “interpretación simultánea” y quienes se dedican a esa titánica labor son llamados “intérpretes”. Porque, en realidad, se trata de una interpretación de lo que dice el orador. Por la otra, para un ser humano es casi imposible traducir simultáneamente; a menos que le hayan implantado un chip y eso lo convierte prácticamente en un robot.
De modo que esa fantasía de “yo traduzco, tú traduces, él traduce, todos traducimos” porque sabemos dos idiomas o más no es cierta, en lo absoluto. Mucho menos, simultáneamente. Por eso, es recomendable que el zapatero se dedique a sus zapatos, el actor a su actuación y el traductor a su traducción.
Anamar González
Traductora independiente
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