Pablo Roufogalis*
Dice la anécdota que un teólogo acusó a un filósofo de ser como un ciego dentro de un cuarto oscuro que busca a un gato negro… que no está allí. A lo que el filósofo respondió que el teólogo lo encontraría.
En el mundo de los escritores y traductores del español de América Latina se habla de un felino negro, un “tigreleón” o “ligre” para más señas, respecto a cuya nobleza ni el propio San Jerónimo, patrono de los traductores, podría juzgar. A ese engendro contranatural se le llama el «español neutro».
En el contexto de las empresas de publicaciones y de transmisiones informativas y de entretenimiento que van dirigidas a los países latinoamericanos, el español neutro es un castellano que busca ser de comprensión fácil y directa en todos nuestros países y, de ñapa, en la comunidad hispanohablante de los Estados Unidos.
Decía hace 31 años nuestro Copérnico que «los latinoamericanos somos a la vez descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los esclavos, de los raptores y de las mujeres violadas».
El castellano neutro es el hijo bastardo de un padre rígido y estricto: la necesidad insoslayable de las empresas mencionadas anteriormente de comunicarse con una audiencia hemisférica, y de una madre inocente: la diversidad del lenguaje castellano hablado en América Latina.
La característica principal del castellano neutro es la ausencia de modismos y localismos, pero sin restringirse al llamado «castellano culto». Al castellano culto presumiblemente le faltaría la sencillez que exigen las revistas, noticieros, periódicos y programas de televisión.
La faceta más notoria del castellano neutro son los programas de televisión creados o traducidos para todos los países del hemisferio. Si se han hecho «bien», sólo utilizan un lenguaje de comprensión generalizada que en muchas situaciones resulta pobre e inexpresivo. Es como cocinar sólo con sal y pimienta negra.
Enrique Durán de CNN en español menciona en un artículo el término «castellano universal», presuntamente como una opción ante el castellano culto y el castellano neutro1. Tal vez busca desligar a su canal del estigma del castellano neutro y quizás expresa en forma inconsciente un rechazo a la palabra «neutro» que a los que hablan inglés les podría sonar a «castrado». Y no les faltaría razón.
Ahora bien, es evidente que ningún escritor o traductor que redacte textos informativos, técnicos o de entretenimiento para una audiencia hemisférica puede dejar de lado las restricciones ineludibles que le impone la diversidad de sus lectores. Debe aceptar que sí hay un “tigreleón” negro en el cuarto oscuro y actuar como si tuviera fe, a ver si se le da por añadidura. Pero muchos saltan enardecidos si esas mismas restricciones le son impuestas por otros, con particular hostilidad si quien se las impone es un «mercader».
Quizá el alboroto que produce dentro y fuera del ámbito de los escritores y traductores el tema del castellano neutro se alimente o sea un reflejo de las contradicciones y dualidades de nuestras sociedades, no sólo en su acontecer interno sino también en sus relaciones con los demás países de América Latina y con el resto del mundo, en particular con los países exitosos y los valores que representan.
El “tigreleón” del castellano neutro parece despertar en nosotros los mismos sentimientos contradictorios que nuestros orígenes como pueblos y naciones.
* Ing. Pablo Roufogalis L.
proufogalis@popculttranslations.com
Foto: Luis Brito, http://www.sxc.hu
1Para un ejemplo de cómo se lleva a la práctica la búsqueda de la neutralidad del castellano, visite el blog de Jaime Ovalle y lea el artículo de Mauricio Pombo llamado «Reglamento para la mediocridad», publicado originalmente en El Tiempo de Bogotá, en el que Pombo estigmatiza, entre otras cosas, la búsqueda de la neutralidad representada por un instructivo para escritores de telenovelas.
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