Recientemente la Real Academia Española reconoció la importancia que para la cultura de una lengua tiene la tarea del traductor. Lo hizo al incorporar como miembro de número a un traductor prestigioso: Miguel Sáenz.
Al poner de relieve las cualidades del nuevo académico, el escritor Luis Goytisolo hizo notar, en la ceremonia de incorporación, la trascendencia que en un país como España tiene el ejercicio de traducir, pues “traducir equivale en España”, dijo –y en Latinoamérica, se podría agregar– a poner al día a los lectores acerca de lo que sucede en los grandes centros de creación y renovación “y nos evita que la marginación y el aislamiento se abatan sobre nuestra propia tradición literaria suscitando juicios de valor ajenos a la realidad de los hechos”. Saludable franqueza, ciertamente.
Saludable, también, ha sido la determinación de la RAE de incorporar, por vez primera, a un representante de oficio tan maltratado. Sáenz ha ejercido la traducción literaria por largos años, en especial de la narrativa contemporánea germánica y anglosajona. Algunas de las obras literarias más valiosas de nuestro tiempo han sido ejemplarmente traducidas por él, lo cual le ha valido el Premio Nacional Austriaco de Traducción y el doctorado honoris causa por la Universidad de Salamanca, entre otras distinciones. Sin duda, Miguel Sáenz ejerce su oficio con excelencia, sin ser el único; son pocos, pero son y ha sido así siempre. Con claridad, pues, la RAE está honrando tanto a una persona cuanto –y merecidamente– un quehacer. Ya era tiempo.
Publicado por Abelardo Oquendo en el diario La República, Perú.
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