Advertencia: no estás entrando a un espacio de autoayuda, ni a una oportunidad para ser condescendiente con nosotras las madres, ni mucho menos para enaltecer o romantizar la maternidad. A quiénes nos tocó estrenarnos como madres en esta última década nos ha tocado hacerlo en la era de la inmediatez y la productividad, de las redes sociales, de la tecnología, del auge de la Inteligencia Artificial, de la pandemia, de la guerra contra la adicción a las pantallas, de las conquistas y fracasos de las luchas feministas –que se venían gestando desde hace ya un tiempo– y, para muchas de nosotras, de la lucha por la inclusión de personas neurodiversas. ¿Y qué significa todo eso? Creo que lo hemos tenido que ir viendo y definiendo a medida que lo vivimos.
Lo que he podido definir en los últimos diez años: ser mamá es el rol (¿o trabajo?) más difícil que me ha tocado cumplir en la vida, el más demandante, el más apasionante y el más desafiante. Es una destreza que no aprendes en la universidad sino sobre la marcha, siendo madre. Ahora, ser mamá traductora e intérprete podría ser un título muy pequeño para todo lo que esto realmente significa en la vida de la mujer de hoy en día. Lo primero que me viene a la mente son todos aquellos memes que vemos en las redes sociales de una mujer con cara de zombi cuya leyenda reza: “Cuando tratas de ser mamá responsable, trabajar, comer saludable, hacer ejercicio, salir con tus amigas, tener pareja, etc.”. Pero la verdad es que toda madre autónoma, como somos la mayoría de las madres traductoras e intérpretes, se cuestiona su nivel de productividad y competitividad frente a los traductores e intérpretes que no tienen que dividir su tiempo de trabajo, de formación, de aprendizaje de herramientas innovadoras, de búsqueda de clientes y pare de contar, con las tareas de la escuela de los niños, el karate, la reunión de padres, las idas al parque, las noches de trasnocho por una fiebre, el cierre de proyecto de la escuela, el disfraz creativo con material de reciclaje, la lámina para la exposición olvidada en la mesa y un largo etcétera.
Y esa misma mamá, por otro lado, se da con el látigo preferido de todo padre y madre, el de la culpa y el de las preguntas: ¿debería aceptar este encargo de traducción que me va a tomar tanto tiempo? ¿Estará bien viajar para esta interpretación o será muy complicado que los niños se queden con el papá o con la abuela? ¿Será suficiente el tiempo que les dedico a mis hijos? ¿Lo estoy haciendo bien? Y es que en este último trabajo, a diferencia del de traducir e interpretar, tus jefes siempre te aman y te admiran aunque sientas que lo has hecho mal la mayor parte del tiempo, siempre te dan otra oportunidad. Y la madre que, de todas maneras, no se haya sentido “mala madre” en algún momento de su vida, por más pequeñito que sea ese momento, que lance la primera piedra.
Pero con el paso del tiempo, y de la maternidad, mi miedo a ser “poco productiva” por ser madre y a ser “mala madre” por ser productiva se ha ido disipando. Sí, no todo está perdido, muchachas. Y no, no viene ahora la frase motivadora que se imaginan, esa que dice algo como “las mujeres pueden con todo”, porque si algo he aprendido es que no, no podemos con todo, nadie puede con todo, de hecho me atrevería a apostar que absolutamente nadie puede ni con la mitad de todo. Pero, en cuanto a esos miedos, lo que sí aprende una mujer cuando se convierte en madre es a cómo tener más consciencia del tiempo y a lograr que le rinda, un punto a favor de la productividad y otro a favor de la maternidad. ¡Es un empate, señores! Una madre aprende, porque no tiene más remedio, a ser creativa con la organización de la rutina para que todo marche bien, o que marche al menos. Resulta que la productividad no es proporcional al tiempo que tienes sino al que usas para ocuparte (¿y no preocuparte?) de las cosas.
Ahora bien, no vamos a ignorar el hecho de que para algunos jefes, clientes y agencias lo único importante es el ahorro del tiempo y, por lo tanto, la acumulación de las ganancias. El que un traductor, por ejemplo, tenga la capacidad de entregar un encargo en un tiempo mínimo y cobre también lo mínimo, pues eso es ahora “ser competitivo y productivo”. Menos mal que no todas las agencias, ni todos los clientes son así, ni todos los traductores aceptamos esas condiciones. Ser madre traductora e intérprete es saber decir que no y buscar también el cliente ideal para ti, aquel cliente que te valora por tus habilidades y que quizás hasta sabe que eres madre, pero sobre todo que sabe que eres humana. El cliente ideal te busca por tu calidad y por cualquier valor agregado que le pongas a tu trabajo y no solo por tu super poder de la rapidez para entregar, a esos: adiós. Aunque puede que el “cliente ideal” tampoco exista sino que haya que educarlo, pero ese es un tema para desarrollar en otra oportunidad.
Ser madre podría ser una habilidad que forme parte de tu currículum porque encierra otras habilidades como tomar decisiones bajo presión, aprender cosas nuevas sobre la marcha, organización y resistencia, entre otras. Todas ellas necesarias para un traductor y para un intérprete o incluso para cualquier trabajador independiente.
En fin, somos humanas, ni más ni menos. Y, con el perdón de toda aquella persona que pensó que al leer esto iba a encontrar “Los diez consejos para ser productiva y madre” o “La receta para ser una mamá autónoma productiva y no morir en el intento”, concluyo con mi gran descubrimiento: el miedo de la “buena madre” que “no es productiva” y de la traductora e intérprete “productiva” que es “mala madre” no es exclusivo de las madres traductoras e intérpretes, resulta que son miedos que todo ser humano tiene en la era de la productividad y la inmediatez y de los mil y un anglicismos como: marketing, AI, branding, networking, hard skills, soft skills, etc. El problema no es que seamos o no productivas, el problema es que el avance vertiginoso de las herramientas y estándares que están (re)definiendo la productividad en el mundo actual de la traducción y de la interpretación, sobre todo en el primero, va en detrimento de nuestra naturaleza humana como mujeres madres. Por lo general, no hay cabida para tomarnos pausas necesarias de trabajo, no hay cabida para los imprevistos tan frecuentes cuando tenemos hijos, no hay cabida para soltar el control total de las cosas si queremos llevarle el ritmo a esos estándares. En esa lucha por un equilibrio entre la maternidad y la productividad, honro a todas las madres traductoras o/e intérpretes que diariamente caminan por la cuerda floja de losplazos y las tareas de la crianza sin olvidar que somos tan solo eso, humanas.
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