Por Ignacio Bosque
«La insistencia en reducir la lengua a un «instrumento de comunicación» nos oculta que, antes de transmitir pensamientos o sentimientos, tenemos que armarlos verbalmente. Somos nosotros los que elegimos las palabras y los infinitos matices que van con ellas. Seleccionamos nuestros adjetivos y la posición que ocupan; escogemos nuestros tiempos, nuestros modos, nuestros artículos, nuestras partículas, nuestras pausas, nuestra entonación. Hablar no consiste en vender un conjunto de productos prefabricados. Los hablantes no nos limitamos a hacer públicos ciertos contenidos como si fuéramos expendedores de mercancía ajena.»
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